Quizá no haya sido el mejor juego al que he jugado en 2020, quizá no sea el mejor juego en lo técnico, incluso estamos hablando de que es un juego gratuito, cuyo objetivo es ser el último equipo en sobrevivir en un mapa de 150 jugadores.

Puede resultar una mecánica simplona y que no tiene mucho más, y de hecho, es cierto, pero quién iba a imaginar que algo así es lo que iba a salvar mi cuarentena y mi 2020 en general.

No por el hecho de jugarlo en sí, que al fin y al cabo es uno de los muchos entretenimientos que podías encontrar en una casa encerrado 2 largos meses, pero el hecho de estar en contacto permanente con los tuyos, de picarte con ellos “por un puto juego”, de reírte durante horas, es lo que al final ha hecho este juego, mi juego del año como tal, y es lo que ha hecho que en esos 2 largos meses, no haya perdido la cabeza (un poco más).

Tenemos la costumbre (nuestros mayores más bien) de ver los videojuegos como algo malo, algo que puede provocar un cambio en tu conducta y aplicarlo a la vida real, o algo que puede provocar alguna patología mental, lo cual no hay un sólo estudio que así lo demuestre. Pero así es la vida, es lo que la prensa les ha metido en la cabeza a nuestros mayores, y con esa idea seguramente fallezcan.

Cuando mis hijos o nietos (si los llego a tener), me pregunten sobre cómo pasé yo la cuarentena del COVID en 2020, les responderé con mucho orgullo que fue jugando al Call of Duty: Warzone, y que eso fue lo que más feliz me hizo en aquellos meses.

Por cierto, si estás leyendo esto en estas frías fechas y si estás contagiado de COVID, aprovecha y pégate al radiador o chimenea de tu casa, puesto que el calor mata al COVID (me lo ha dicho la prensa).

Feliz 2021.

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